Nota: y aquí llegué con uno de los tantos finales que tendrá esta fantástica historia que estamos llevando a cabo con las chicas de "El club de las escritoras". Hoy ha sido el único día libre que he tenido en el trabajo, y si no fuera porque Rossiel me mantuvo durante todo el día frente al pc escribiendo no lo hubiese terminado. Espero que les guste mi versión. Los capítulos anteriores son:
Saludos.
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Había pasado aproximadamente una semana desde el encuentro desafortunado con aquél ser. Cuando volvió en sí, lo primero que sus ojos encontraron fue el semblante cargado de preocupación de Alex mientras la mantenía acurrucada entre sus brazos. No pronunció palabra alguna respecto a su trance, se excusó diciendo que su cuerpo exhausto le había jugado una mala pasada, pero que con una noche de descanso todo volvería a la normalidad; y como hubiera deseado que eso fuera cierto, puesto que durante esa noche ni en ninguna de las siguientes pudo conciliar el sueño, a cada momento que intentaba cerrar sus ojos, volvían las escenas de las que fue testigo sin consentimiento, despertando con el corazón agitado y la voz gutural retumbando en sus oídos con la propuesta a flor de labios, haciendo que su mente se debatiera en torno a la decisión que debía de tomar.
Pero las preocupaciones que mantenían absorto sus pensamientos, no se veían reflejadas en su rostro. Había continuado, como si nada hubiese pasado, con las clases que le estaba impartiendo a Alex sobre el control de sus poderes. Eso sí, después de regalarle un collar con una piedra tallada, le había dicho que era para mantener controlado su poder y de ese modo, ser más preciso a la hora de hacer conjuros; pero en verdad era un amuleto que mantenía la esencia oculta bajo un manto que la hacía parecer insustancial. Era una táctica factible para seres de bajo rango, pero ante aquél ser, sería como intentar esconderlo bajo las sabanas de una cama, irrisorio.
—Hey, Susana, ¿estás bien? —pronunció en ahogado tono cuando se detuvo frente a ella. Mantenía las palmas de sus manos apoyadas en sus rodillas, mientras trataba de recuperar el aliento perdido entre tantas prácticas; su cabello azabache bañado en sudor se apelmazaba sobre su atezado rostro, el cual enmarcaba sus ojos esmeraldas, devoradores.
—Por supuesto —respondió casi automáticamente a su pregunta, desviando su mirada sonrojada hacia un punto indeterminado del suelo. Ese hombre le atraía de una manera desconcertante, lo cual significaba una espina más en su trasero que cualquier otra cosa, sino fuera por ese estúpido sentimiento que le carcomía el alma, la decisión la hubiese tomado en aquel preciso instante sin sentarse a pensar siquiera dos veces. Maldita sea, podría haber sido cualquiera, cualquiera menos él
—Desde hace varios días que has estado actuando de manera sospechosa— comentó Alex cruzándose de brazos —, ese comportamiento tan amable no es típico de ti, ¿acaso te diste cuenta que soy un ser de bien? —sonrió, haciendo con una de sus manos un gesto de falsa modestia.
Susana se levantó sobresaltada de la silla en la cual estaba reposando, cerrando el libro que tenía entre sus manos, casi sobre la nariz del hombre. Sus pupilas pardas denotaban enojo, pero no contra él.
—Hasta aquí queda la clase de hoy, estúdiate este libro por completo—depositó el volumen sobre su diestra, y sin más que agregar, se retiró del lugar. El tiempo comenzaba a agotarse y no continuar dándose el lujo de creer que nada estaba por comenzar.
Jamás, ni en sus más remotos sueños, se había visto como la salvadora del mundo, sino que por el contrario, durante su infancia la humanidad nunca mostró ni un ápice de apego por ella, el destino se había afanado en deshacer cualquier indicio de afecto que pudiera llegar a recibir, en su vida sólo existían las metas, mostrarle a la sociedad que no necesitaba ayuda de nadie para triunfar, y eso significaba que no podía aceptar apoyo ni del mismísimo Diablo.
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Ingresó a su departamento casi arrastrando sus pies por la superficie, como si el cansancio fuera tal que apenas pudiese con el peso de su propia humanidad. Se hallaba decaído y confuso. Su tranquila vida había dado un vuelco en ciento ochenta grados de un día para otro; pasando de ser un gamberro afamado, cuya única preocupación recaía simplemente en quién sería la próxima víctima de sus abusos; a ser un chico con poderes, el cual necesitaba la ayuda de la mujer que más le aborrecía en el mundo para no morir chamuscado por su energía. Suspiró, desprendiendo por entre sus labios casi por completo el aire de sus pulmones, en tanto, se quitaba la chaqueta que luego fue a dar al respaldo de un sillón aledaño. Las cosas estaban así y no cambiarían, aunque siguiera pensando en ellas. Se dirigió al refrigerador para coger una lata de cerveza helada. Lo mejor era continuar, dedicándose simplemente a descansar y batirse un poco las neuronas entre las páginas del libro.
Detrás del cristal de su ventana, vislumbró cómo la noche junto a su manto estrellado se hacían del firmamento, y en su centro el infaltable astro que con su fulgor argénteo bañaba la ciudad como dedos grises y penumbrosos. Se acercó hasta posar la yema de sus dedos sobre el alféizar, pero antes de lograr siquiera colmarse de un sentimiento de tranquilidad que le regalaba aquella imagen, una voz áspera tronó en su cabeza. Al comienzo musitaba palabras inentendibles, como si de un idioma arcaico tratase, pero que poco a poco cobraba claridad. Se llevó ambas manos hasta sus oídos, botando de paso la lata cuyo líquido burbujeante se derramó sobre la alfombra, pero con todo y ello, no logró bloquearlo.
—Alex, Alex…— articuló el ente en su cabeza—, me sorprende que todavía no te acostumbres a esto.
—Y nunca lo haré. Estoy harto de repetirte que no tengo intenciones de ayudarte —dijo, tenía un cosquilleó en el estómago que a cada segundo se intensificaba, un calor ardiente que sólo pronunciaba “temer” del enemigo—. Al parecer tienes un gran problema, ¿no? —pronunció valientemente—, si eres un Demonio tan peligroso como dices ser, ¿porqué no simplemente obligarme? —caminó hasta su habitación. Estaba claro que nadie podía socorrerle, cómo explicarle al resto que su enemigo lo acechaba desde su sapiencia, imposible.
—Jajaja, no te creas con el derecho de hablarme de ese modo— dictó. Y en las entrañas de Alex retumbó la voz gutural. El jovencito era más ávido de lo que Azrael pensaba, comenzaba a sospechar que no podía simplemente llegar y hacerse de un cuerpo, para todo pacto, se requería que el humano diera la autorización.
—Bien puedes largarte por donde viniste —añadió enfurecido, y al mismo tiempo las piernas eran víctimas de un furtivo temblor.
—Oh, ya veo. Entonces no te molestará que mate a Susana, de todos modos tú la odias, ¿verdad?
Hubo un silencio sobrecogedor. Los pensamientos de Alex brincaban de un extremo al otro; estaba mencionando que tenía cautiva a Susana, ¿pero cómo? Si no había transcurrido tantas horas desde que la vio marcharse a casa, serena. Pero con un demonio metiendo su nariz, podía pasar cualquier cosa.
— ¿Dónde está? ¿Dónde la tienes escondida? —añadió, su voz se perfilaba nerviosa.
Tenía el deber de dejar fuera a Susana, no era justo arrastrarla con él hasta el infierno. Ese asqueroso ente había tenido el descaro de entrometer a terceros. Lo detestaba.
—Con gusto te lo mostraré, aunque desde ya te digo que no respondo por daños posteriores si demoras mucho en aceptar mi propuesta.
Enseguida la visión de Alex se vio interrumpida por acciones ajenas. Una habitación de gules le circundaba; era un lugar sumamente extraño, colmado de dolor. De pronto, frente a él, una figura conocida se antepuso como un cuadro bizarro; Susana amarrada de pies y manos extendida en la pared, se percibía la súplica en sus ojos, y sus labios parecían musitar una nota de socorro explícito, mientras que su cuerpo presentaba variadas laceraciones repartidas.
El corazón se volvió una herida punzante, ni a su peor enemigo le deseaba un castigo de esos. Tragó saliva con aspereza, una amargura colosal se le atascaba en la garganta como si de un momento a otro fuese a echarse a llorar, desconsolado. Cayó de hinojos sobre el suelo de su cuarto, recordando la imagen de Susana torturada a más no poder. Tal y como estaban las cosas, no podría soportar mucho más. Debía salvarla, era su manera de reparar el daño que le hizo durante todos esos años.
Izó la mirada, convencido de que estaba haciendo lo correcto y que no se arrepentiría luego.
—Acepto el trato… pero sólo si la liberas —las lágrimas atentaron con rodar por sus mejillas, estaba exhausto de la presión que Azrael había generado constantemente sobre él, como si le colocasen un dedo incesantemente sobre la herida agradándola cada vez más.
—La dejaré tranquila una vez hayas aceptado desde el fondo de tu corazón. No antes.
Azrael estaba impaciente, no obstante, muy complacido de obtener una fácil victoria; los humanos solían ser una herramienta muy sencilla de manejar. Con simplemente una ilusión podían entregar por completo su alma.
El joven cerró los ojos, en lo que ambas manos se cerraban fuertemente en puño, hasta que la piel de sus nudillos se tornó en una medialuna blanquecina. Sí, estaba convencido a quemarse eternamente en las llamas del infierno puesto que, bien enterado estaba que tendría que hacer cosas inimaginables.
— Acepto…— fue todo vocablo que alcanzó a desprenderse de entre sus labios antes de que una carcajada estridente se estremeciera por el cuarto.
— ¡Excelente! Ya sabes el camino que debes de seguir, no te detengas en ningún lugar, ven directamente hacia acá y tu amiguita podrá continuar tranquila con su vida— O con lo que le queda de ella. Continuó con la frase en sus adentros. Una parte de Azrael amaba el corazón de los humanos, más bien, amaba destruirles el corazón poco a poco.
Alex alcanzó a ver una grácil figura posarse frente al ventanal. Era el gato negro del primer día.
Con todo y con eso, Azrael se reía internamente entre las penumbras del laberinto; lo engañó en todo momento, nunca había raptado a Susana, la fémina estaba de lo más tranquila en su hogar sin un rasguño. Todo había sido parte de una ilusión causada por su imperante poder.
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El sonido de un libro al cerrarse hizo eco en la estancia desolada, levantando con sus hojas el polvo que solo el tiempo logra acumular. Con esto ya tenía todo lo que requería, y un poco más. Sus labios se curvaron en la sombra de lo que parecía ser una sonrisa, Susana se había preparado durante años para el paso que estaba a punto de dar.
La misma noche en que Alex vendió su alma al demonio, aquella noche de hace dos años atrás, ella fue capaz de observarle a través de su videncia, fue testigo del momento en que él musitó con sus propios labios aquella maldita palabra. Y en ese preciso instante lo supo, comprendió a cabalidad porqué había venido al mundo, la razón para continuar: matarlo. Deshacerse de él y de ese modo sellar todo deje de debilidad que aquel hombre dejo sobre su ser.
La batalla recién comenzaba.