¡No te detengas te he dicho! huye mientras tus ojos vean la claridad, aléjate de las tinieblas, que son mi morada, ve por donde el camino sea como tú; llena de luz y esperanza, llena de fuerzas y de vigor, este demonio esta condenado a mantenerse por siempre..., en su solitaria prisión...
Vagando ~ Autor: Rossiel Black
La soledad conmueve hasta a los inmortales, se decía en su fuero interno. Su agraciada vida era como todas las demás, normal, el punto estaba que aquella afirmación solo era fehaciente… durante el día. Hace menos de dos horas que cerró la tienda; luego de un baño energizante con agua tibia, se atavió de telas negras, incluso la gabardina. Presto a salir, echó el último vistazo a su hogar notando si es que se había olvidado de hacer algo importante, en efecto, era muy detallista así que todo estaba en orden. Cerró la puerta con llave y salió a la noche estrellada.
Tras caminar a ritmo moderado dentro de su propia histeria por beber algo, fumar, y charlar con alguien, se propuso mentalmente el bar Di Morti. Por lo regular siempre acababa haciendo amistades de una noche, y luego, nunca más los volvía a ver, siendo así, un método estupendo donde poder desenvolverse como le placiera. La subsistencia por sobre todas las cosas se la tomaba con humor; las personas se quejan en todo momento por cualquier tema en cuestión, por ser muy bellos, muy delgados, muy educados, muy afanosos, por flojera, por falta de dinero, etc. Pero Gael se quejaba para continuar con las practicas humanas, de esa manera, pasaría inadvertida su personalidad demoniaca, por supuesto, la magia principal estaba en que gracias a su obscuridad que lo envolvía de manera intangible a ojos de los demás cuyo objetivo era mantener en reserva su raza, su propia naturaleza, propiciaba a que todo fuese más simple al tratar con los entes que pisaban el mundo.
A media cuadra del bar divisó a un rastrero que lo observaba con los ojos encendidos de ilusión; pensando tal vez que al despojarle de sus pertenencias podría llevarse una ganancia fructífera, y efectivamente lo era, empero la diferencia de sus cotidianas hazañas ladronzuelas era que deseaba asaltar al hombre menos indicado. Gael le observó con histrionismo, haciendo gala de sus dotes para cambiar con facilidad la expresión de su fisionomía acorde a su ad libitum; así que vistió su faz con el temor con el fin de que el sujeto se decidiera por fin a atacarlo.
—Amigo, ¿tienes una moneda para el teléfono? —preguntó el tipo que rondaba entre los treinta y cinco años: tenía la cara poco descubierta puesto que el gorro de lana que traía, casi le cubría hasta la misma mirada.
—No, amigo. ¿Y tú, tienes dinero que me des? —le cuestionó duramente, pasando al modo de acosar al atracador.
—¡Já! No te hagas el chistoso conmigo, estúpido —exclamó sobresaltado el maleante, enseguida extrajo una navaja que brillaba en la palma de una de sus manos—. Entrega todo lo que tienes, ¡o te mato mierda! —el semblante reflejaba más miedo que convicción, incluso temblaba, aunque el demonio dudaba si era por el terror a salir trasquilado o si era producto del frio que mecía la noche.
—¿Chistoso? Te puedo asegurar que no es así —se mantuvo impasible conforme se acercaba al hombre.
Lo siguiente que ocurrió fue demasiado rápido como para alcanzar a entender. El sujeto yacía sobre el cemento con el rostro desfigurado, un cadáver fresco para los ratones que entre chillidos, comenzaban a acercarse. La pobreza de los tiempos pensó Gael, cuando ya ni basura queda para endulzar el paladar, tocaba comerse a los humanos propiamente tal. Altivo, se dio la media vuelta y emprendió camino hacia el bar, dejando que los roedores calmaran el dolor de vientre con la manduca fresca que él dejaba a su entera disposición.
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