Tal vez de tanto imaginarlo, la
joven serena y gustosa le dio la bienvenida.
—Señor Diablo, qué gusto conocerlo. Siéntese;
esta es mi cama. Le ofrezco algo: un café, agua...
dígame... Y ella obtuvo respuesta de aquella inverosímil
presencia.
—¿Qué quieres, tú...?
—Platicar de los pecados, señor Diablo. Es
usted tan fantástico que llegué a dudar de su existencia.
Me permite encender el ventilador para que
refresque un poco. En realidad, no es usted tan feo
como se comenta. Hay gente todavía más fea...
El Diablo garraspeó y se colocó más erguido.
—Al grano, jovencita, qué me vas a platicar.
—Traté de comunicarme hasta con un garrafón
de agua, pero fue en vano. Éste permanecía
frío y estático ante mis palabras y en su sitio. Miré
a las moscas y ninguna se mantenía en un lugar
fijo para escucharme. Entonces, hablé y hablé, ya
sin intención de ser escuchada. Primero con Dios,
y luego contigo, a sabiendas que los dos son sólo
un mito.
Se escucharon los
candados.
Ante la inquietud del diablo, la joven amonestó:
—No me diga que lleva prisa, ¿tiene mucho
trabajo?
—Así es, tengo unos pendientes. Deudas de
personas que no quieren pagar, tentaciones que
deben insistir...
Su voz cavernosa iba dejando un eco en la habitación.
—Señor Satanás, yo he seguido al pie de la
letra los mandamientos de quien usted ya sabe.
Parece ser que Él no ha quedado conforme, me ha
ido mal. A mis ojos les han comenzado a salir cataratas,
las reumas no me dejan dormir. Míreme,
he envejecido más aprisa de lo establecido. Trabajo
hasta la madrugada para ser honrada, como con
moderación para que mis gastos no se eleven, me
baño con escasez para no caer en la vanidad y evito
la codicia de tener más de lo convenido.
El Diablo se restregaba la nariz aguileña en
señal de mal olor, pero la invitó a continuar la
plática...
—Usted ha sido muy astuto en ponerme tentaciones,
y sabe que no he caído.
El Diablo sonrió y al fin respondió:
—La verdad, tú has sido una ignorante que
todo se ha creído. No me sorprende tu presente.
Ella boquiabierta, continuó...
—Dígame si es normal haber visto a mi amor
más que como a un esposo, como a mi prójimo. Y
ahora resulta que infringí la ley, pues hasta sin
marido me quedé y los hijos `bien gracias´. Pero
como este asunto es laico, le apuesto que hasta con
un loquero me llevarían si les hablo del amor al
prójimo.
—Únicamente tú responderás por tus actos,
con religión o sin ella; con Él o conmigo. Si tienes
cuentas pendientes con la justicia, eso lo arreglarás
tú. Esto nada tiene que ver con nosotros, los de
este otro mundo. Yo no te quiero conmigo. Sólo
acepto gente importante, con clase: un Hitler, un
Hernán Cortés, un político. Así con gusto te recibiría,
pero contigo ganaría sólo vergüenzas. Dime
cuánta riqueza has codiciado, que por tu causa
mueran millones de personas en la miseria. ¿A
cuántos cientos de menores has corrompido? ¿Acaso
eres productora tan siquiera de pornografía...?
Ella respondió con pena: No.
—Entonces Satanás, por qué el castigo.
Satanás le hizo una recomendación: “Intenta
hablar con el juez. Yo que sé de tu vida, te conviene
hablar con Él, para que hagas un arreglo con tus
pecadillos y dejes de estarme molestando con que
estarás conmigo”.
—Señor Diablo, podría usted hacerlo por mí.
Usted es el único que no me ha condenado. Me
escuchó; no es tan malo como dicen. Además, a
usted y al Supremo les hablé por igual y fue usted
quien respondió. ¿A qué se debe el honor?
—Simplemente pasaba por aquí. Te escuché y
estabas sola. Tenía cientos de años que no me reía.
Mira que hablar con un garrafón de agua... ¡ja, ja, ja!
Ella inclinando la cabeza le reprendía: No se
ría de mí. Ya lo viera en mi lugar. Pospondré su
consejo. Estoy alterada y temo ser grosera con el
Creador. Y a usted, en cambio, quiero darle las gracias
y decirle que me ha comprendido. Usted sabe
de justicia. ¿Estudió en alguna universidad? Y, si
la justicia está relacionada con el amor... ¿Por qué
si es justo, no ama?
Con incredulidad el Diablo respondió:
—¡Claro que amo! Boba. Doy todo a mis discípulos:
los tengo en su totalidad. En cuanto a lo
justo, debes estar confundida. ¿Leíste acaso el
Código penal? Tú no eres justa contigo; eres tan
ignorante, como yo santo. Me estás aburriendo con
tus bobadas, siempre como todos: justicia y amor,
¡va! Arregla tus asuntos legales con tu juez. Me
marcho.
—Antes que se vaya le diré: Sí, me es más
fácil hablar con usted, que con mi juez; él siempre
está ocupado; es tan importante que...
Satanás envolviéndose en su capa se marchó.
Ella miró hacia su cama.
En la habitación de la cárcel se escucharon
los candados.
[Este relato no pertenece a los autores de este blog]
Interesante....quede sin palabras....
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