Pequeño desacuerdo [Aicon Vs Ángelo] Rol.



Angelo:


La llanura, un lugar plano, medio ondulado... eso decía el libro que llevaba Ángelo entre las manos cuando había decidido ir a explorar zonas que desconocía un poco. Cuando llegó al lugar, después de cerciorarse que no había nadie, decidió sobrevolar la zona como el águila harpía que era, así que después de haberse vestido, tras su pequeño rastreo del área, decidió andar a pie.

Era entretenido distraerse en otro tipo de actividades que no consintieran en su "tarea" diaria de preparar clase para hacer sufrir a su alumnos. Una sonrisa fugas se le escapo recordando los últimos ruegos de sus pupilos por un solo punto, de una tarea que se le olvido revisar él mismo.

Olvidando su trabajo, ese fin de semana se daría a la tarea de solo vagar por lugares como aquella llanura, así que de repente se dio cuenta que de nuevo estaba "estudiando" con ese libro en la mano. Suspiro fastidiado por su propia "deformación" de profesor que le hacía ver todo un objeto de estudio, así que, tan simple como arrojar una piedra al aire, cerró su libro de golpe y lo lanzo a quien sabe donde, tratando de concentrarse solo en vagar y disfrutar del paseo que decidió dar exactamente esa mañana.



Aicon:


Le habría gustado saber ¿Cómo eran antes estos lares antes de que se formasen las llanuras?... sin duda alguna, ésta tierra en el pasado era totalmente diferente, llanuras que ahora se extendían por toda la planicie, era grato, no lo negaba a pesar de que no era su hábitat más anhelado, una anaconda era de ambientes diferentes. Y, aún así, prefirió descansar, no, mejor dicho, dar una siesta en estos parajes del mundo.

La brisa era suave, mesíase sus cabellos al compás de la misma, enredándose finas hebras azabaches en la hierba silvestre. Oh no, normalmente aquí. La maleza suele crecer de mechones cortos, empero ahora no llegaban a pasar de media pierna de altitud, cubríale a la perfección toda su anatomía, dejando "cero" alcance de visión a otro ente que deambulara por la procedencia.

Heme aquí, un piedrecilla seca, punta fina, impactó de lleno en su rostro, imposible era que, la piedra fuera vasta de alas, aquellas no volaban por si solas, la paz y armonía... se perdió. Levantóse su dermis, su cabellera quedó tirante por culpa de la hierba, llevándose su diestra a tirar leve de ellos para zafarlos de agarre. Comenzó a mirar en todas direcciones, abarcando todo con sus bochas doradas... Es entonces que sus dorados ojos logran captar presencia macilenta a medio camino, dirigiéndose a su presencia, Levantóse con el ceño fruncido... ropas negras se deslizan por su humanidad, cubriendo cual esculpido cuerpo se mostraba ahora, ¿Hambruna de ave? No… no tenia ganas de ave, empero si de venganza.

Suaves pasos, inaudibles sobre la hierba, acudiendo al encuentro de forastero, silente llega, deteniéndose en seco a dos metros de el contrario -"Pagar debes por tú osadía"- Severo articula cada palabra que, con tono grave escapa de sus labios, entrecierra sus dorados ojos e inclinóse su rostro. Ah, pero no espera disculpa, espera estallar en cólera en contra de humanidad contraria... único método de sentirse más jovial.


Angelo:


El sonido de su libro al caer no lo escuchó como debía, tardo más, e incluso amortiguado, le pareció extraño pero no le tomo importancia. Un movimiento entre las plantas, eso era todo, y el albino volteo antes de que las palabras surgieran de la viperina boca. Las águilas tenían mejor vista que oído. Ese suave movimiento serpenteante en forma humana le había llevado a sus azules a identificar de inmediato el origen del este.

Al escuchar cada una de sus palabras simplemente se le quedo mirando a esos dorados cristales. Con que le había molestado, valla, pues ya eran dos, el águila no quería estar en compañía de alguien, se suponía que estaba en aquel lugar para poder disfrutar de su soledad y este tipo se aparecía para arruinarlo todo. Ambos ya estaban enfadados entonces.

-En ese caso tu pagaras por tu imprudencia de atravesarte en mi camino.

Podría parecer una respuesta infantil e incluso inapropiada, pero si el otro solo se había enojado por un pequeño libro dandole de pleno en la cara, que poco aguante tenía. El águila no estaba precisamente de buen humor ahora que había detectado que se trataba de un reptil. Al parecer, sino le fallaba el instinto, una serpiente. Le gustaba la carne de serpiente, ahora que lo pensaba tenia un poco de hambre.



Aicon:


Difícil de ingerir anaconda de catorce metros de longitud y treinta centímetros de grosor, un aperitivo bastante grande a la hora de cocinar. El viento resopló con brío, alzando sus cabellos que divagaban a gusto propio, caminóse entonces al enjuto, firme, seguro, altivo... no tardó en quedar a escasos centímetros del contrario.

-"Veamos entonces"- Aseveró con tono descaradamente malevolente. Sin postura marcial, más Wu Shu usaría con avecilla, budistas impetuosos que le enseñaron desde que nació, ahora, maquina de matar era Aicon, quién no dejaba cándido en pie a la hora de luchar.

Son sus manos las que voraces se alzan, tomándole diestro brazo al hombre, compresionándolo al instante, quebróse en dos partes, dejándole colgando la extremidad. Oh no, dejarle el otro bueno haría, en cambio... Su calzado negro, se estampó en plena rodilla del ser, quebrándola de igual forma, sonido atronador emitió, acto que le provocó una ligera mueca de satisfacción en su rostro... más difícil seria de identificar aquello el ave.

Ahora con pierna y brazo roto, partido en dos, quería ver cómo se levantaría para seguir la lid. No compresionó mucho, sólo se dedicó a romper, destrozándole del todo, un buen tiempo demoraría en que sus extremidades sanasen, siempre y cuando tuviera un buen doctor. Se alejó de un salto, elegante de asesino como él, retrocediendo leve, sus brazos caídos a los costados, esperó reacción de dolor ya que fue algo rápido lo que sucedió. Inclinóse el rostro ahora, sus bochas doradas impregnándose de muerte que pronto le daría si el otro chico no se daba por rendido. Más... le dejaría analizar, mientras que, tres metros le distanciaban del otro ente.

Angelo:

Confianza, demasiada confianza había tenido en si mismo el águila al encontrarse con el reptil, demonios, tenia una maldita suerte del demonio con los reptiles que hizo una nota mental: "no fiarse de los escamosos".

Demasiado tarde a su parecer, ya que cuando el viperino le atrapó el brazo fue demasiado tarde, dándole solo tiempo de aferrarse, con su brazo libre, a ese que le apretaba, enterrando sus afiladas garras en la piel ajena, traspasando la tela de sus guantes que aun le cubrían su mano sana.

En unos segundos se escuchó el crujido de su extremidad, dolía, Ángelo haciendo una leve mueca de dolor creyó tontamente que se acabaría ahí. Gran error ante estos seres de sangre fría, pues su pierna fue la siguiente, frente a este nuevo dolor le soltó, haciéndole caer al suelo en un seco sonido.

Lo único que pudo percibir fue como se alejaba el pelinegro, demonios, se había confiado, una risa se escapó de sus labios que trataban de sonreír a pesar del dolor. Con esfuerzo se arrastró hasta un árbol, que solitario se hallaba en el paraje, en el cual con complicaciones logro ponerse de pie, todo con ayuda de sus afiladas garras que clavó en la corteza.

Su respiración era agitada y su mirada azulada se encontraba entrecerrada, dolía y él tenia pocas posibilidades que dar algún golpe al otro, al menos no a la distancia que ahora se encontraba, ¿como acertar algún golpe?.

Convertirse en el ave que era solo lo empeoraría todo, tendría un ala rota al igual que una pata, la oportunidad se veía disminuida en ganar, pero claro, prefería una derrota digna.

Si se acercaba el reptil tendría que enfrentarse a la única garra que tenía Ángelo, pues era seguro que le atacara a la cara, buscando los ojos para dejarle alguna herida más letal que el "pequeño" rasguño que le había dejado en el brazo al reptil. Esperar, solo eso podía hacer, él en su condición no podía nisiquiera acercarse a su contrincante.



Aicon:

Si… aquel joven ya no tenia escapatoria después de las acciones cometidas por Aicon, defender su orgullo y honor, era lo único que le quedaba, la anaconda le comprendió, más no daría oportunidad para que le diese buen rasguño el la dermis. Oh no, y es que andar con su faz en dicha forma seria una molestia, si ya la gente le observaba de manera extraña ya, no quería dar pie a que fuera peor. Poco le importaba en verdad lo que el resto opinara de su persona.

El viento azotó sus dermis, los cabellos se movieron al son de la brisa, tomó una decisión, sabia que el jovenzuelo no se daría por vencido hasta que le dejara inconciente, entonces qué…

Sólo una forma de hacerlo, gustoso de conocerlo en otro ámbito, realista era Aicon y era que conocerle a él, solo significaba muerte, quizás, si le hubiera visto en otro lugar, otro gallo cantaría, se lo violaría hasta decir basta, empero lo dejaría para después, quizá… cuando se recuperara de batalla. Marcándole de por vida con su humanidad, en otro momento y estancia le daría tal suplicio.

Caminó hasta el mozuelo, levantó su diestra y atrapó la mano aún buena, no la apretó, sólo detuvo las acciones que podría hacer para con él. Con la derecha retiró lentamente su espada, sosteniéndole la mirada fija a los azules que parecían matarle, extendió su brazo, sujeto el astil y… enterró el doble filo en el vientre, saliendo por el otro extremo, por la espalda del cándido. Acercóse el rostro, susurrándole al oído zalamero -“Nos volveremos a ver”- Aseveró, y, su expresión corporal seguía sin emoción alguna. Procuró no tocar con el filo puntos vitales, y retiró con misma rapidez, dejando caer la mano que tenía sujeta con la suya, alejándose lentamente para girar completamente y comenzar a caminar fuera de las llanuras, tenia hambre, no de ave, pero de presa más grande…si.


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